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El diablo puede ser un símbolo, una apariencia que se debe descifrar. En este libro podría decirse que es cualquier otro, cuya significación ambigua se torna cautivante e imposible de ignorar. Tres jóvenes estudiantes de Turín, en busca de aventuras y de aclaraciones sobre el sentido de sus vidas, se encuentran con un chico aristocrático entregado a los excesos. En la colina se produce una revelación que no puede ser explicada con palabras. Abandonada la ciudad por un verano en el campo, la fascinación de los estudiantes se extiende al lugar, la villa familiar de ese diablito en lo alto de una montaña sin cultivos, agreste, que les ofrecerá su lado salvaje, áspero y fuerte. Pero, tal vez, las colinas sean el verdadero foco de atracción, su vértigo hace estallar flores o pájaros o deseos en esos cuerpos jóvenes que se emborrachan y se enamoran casi unánimemente de la única chica inalcanzable, que no se deja idealizar ni convertir en guía para ningún ascenso. Ella, siempre sonriente, cortés, con los modales desenvueltos de su clase, no puede más que acompañar al ocioso iluminado que apenas quiere seguir hablando, seguir tomando, morirse acaso como un dios inmaduro. El diablo en las colinas describe los límites de una experiencia posible, de la búsqueda del destino, con la sutileza de un estilo muy concreto y a la vez poderosamente sugestivo, donde los diálogos y los eventos flotan y se elevan como vapores para rodear unas colinas emparentadas con la muerte, puesto que seguirán ahí cuando todos los nombres sean solo un relato de su tiempo.

El diablo en las colinas, por Cesare Pavese

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El diablo puede ser un símbolo, una apariencia que se debe descifrar. En este libro podría decirse que es cualquier otro, cuya significación ambigua se torna cautivante e imposible de ignorar. Tres jóvenes estudiantes de Turín, en busca de aventuras y de aclaraciones sobre el sentido de sus vidas, se encuentran con un chico aristocrático entregado a los excesos. En la colina se produce una revelación que no puede ser explicada con palabras. Abandonada la ciudad por un verano en el campo, la fascinación de los estudiantes se extiende al lugar, la villa familiar de ese diablito en lo alto de una montaña sin cultivos, agreste, que les ofrecerá su lado salvaje, áspero y fuerte. Pero, tal vez, las colinas sean el verdadero foco de atracción, su vértigo hace estallar flores o pájaros o deseos en esos cuerpos jóvenes que se emborrachan y se enamoran casi unánimemente de la única chica inalcanzable, que no se deja idealizar ni convertir en guía para ningún ascenso. Ella, siempre sonriente, cortés, con los modales desenvueltos de su clase, no puede más que acompañar al ocioso iluminado que apenas quiere seguir hablando, seguir tomando, morirse acaso como un dios inmaduro. El diablo en las colinas describe los límites de una experiencia posible, de la búsqueda del destino, con la sutileza de un estilo muy concreto y a la vez poderosamente sugestivo, donde los diálogos y los eventos flotan y se elevan como vapores para rodear unas colinas emparentadas con la muerte, puesto que seguirán ahí cuando todos los nombres sean solo un relato de su tiempo.