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Los pueblos pequeños suelen esconder secretos inmensos. Poco importa en verdad si alguno de ellos resulta revelado; lo que sí cuenta es lo que trasunta, lo que se percibe, el frenesí con que se relata aquello que esconde. Marcelo Rubio, pesquisa de lo nimio, sabe adentrarse como pocos entre los intersticios y hendiduras que dejan estas historias  pobladas de hombres y mujeres al borde del camino, que siguen el ritual de una trama velada y de la que parece no haber huida.

En El Cristo roto, un restaurador de imágenes sagradas y un cura, dos personajes que juegan en los márgenes, pícaros y escépticos, se unen en el ardid de fabricar un falso milagro. Todo el pueblo está pendiente de ello y el tiempo se detiene. El prodigio, sin embargo, radica en la propia escritura de esta novela, en los personajes secundarios que animan la espera, en los diálogos que Rubio utiliza con la eficacia de una estrella fugaz. de allí el asombro y la maravilla. Todo milagro literario, en definitiva, así como toda blasfemia, se resume en una cuestión de fe.

Christian Kupchik

El Cristo roto, Marcelo Rubio

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Los pueblos pequeños suelen esconder secretos inmensos. Poco importa en verdad si alguno de ellos resulta revelado; lo que sí cuenta es lo que trasunta, lo que se percibe, el frenesí con que se relata aquello que esconde. Marcelo Rubio, pesquisa de lo nimio, sabe adentrarse como pocos entre los intersticios y hendiduras que dejan estas historias  pobladas de hombres y mujeres al borde del camino, que siguen el ritual de una trama velada y de la que parece no haber huida.

En El Cristo roto, un restaurador de imágenes sagradas y un cura, dos personajes que juegan en los márgenes, pícaros y escépticos, se unen en el ardid de fabricar un falso milagro. Todo el pueblo está pendiente de ello y el tiempo se detiene. El prodigio, sin embargo, radica en la propia escritura de esta novela, en los personajes secundarios que animan la espera, en los diálogos que Rubio utiliza con la eficacia de una estrella fugaz. de allí el asombro y la maravilla. Todo milagro literario, en definitiva, así como toda blasfemia, se resume en una cuestión de fe.

Christian Kupchik